Veka Duncan
26 MARZO, 2020
Prejuicios, supersticiones, creencias, humor y crítica marcan el camino de formas y trazos que ha tomado el arte mexicano para representar las epidemias. Un recorrido desde tiempos prehispánicos hasta el siglo XX.
En 1520 se registra la llegada de un hombre de raza negra a tierras mesoamericanas que desata una de las peores epidemias en la historia de nuestro continente: Juan Guía. Aquel esclavo inadvertidamente trae consigo una maldición que acaba siendo una poderosa arma para lograr la Conquista del Nuevo Mundo. Tras desembarcar en la región maya, Guía avanza con los españoles hacia el altiplano con la viruela a cuestas y rápidamente la propaga entre los pueblos indígenas.
A partir de este episodio se ha narrado la historia de las epidemias en México, atribuyendo sus orígenes a la llegada de los españoles; una visión cargada de prejuicios. La noción del mundo prehispánico como un idilio libre de toda enfermedad aún perdura hasta nuestros días y ha sido alimentada, en gran medida, por los relatos de la viruela; atravesados por la leyenda negra de España, han sido utilizados para crear una narrativa de héroes y villanos, en la que los conquistadores son retratados como portadores de muerte y devastación, a pesar de que quien desató el contagio fue un esclavo, importado a estas tierras para suplantar la mano de obra indígena diezmada. Por supuesto que no fueron ni los conquistadores ni los negros quienes introdujeron las epidemias al Nuevo Mundo, pero con la llegada de la viruela sí surgieron nuevas representaciones pictóricas de la enfermedad.
En el Códice Florentino se encuentra la imagen más icónica de aquella epidemia de viruela acaecida en los primeros años de la Conquista.1 En una escena de este códice aparecen enfermos cubiertos de puntos; sus cuerpos yacen sobre petates, con la cabeza recargada en una especia de almohada y cubiertos por mantas. Lo que más destaca de esta representación es la forma en la que se ha plasmado la agonía de esos cuerpos: la mayoría de los enfermos tienen los ojos cerrados, uno de ellos levanta el brazo y extiende el cuello en un gesto tormentoso, mientras otro se encorva con una mirada de angustia, su boca despidiendo una vírgula, señal del habla en el arte prehispánico pero que aquí evoca un lamento de dolor.
Si bien la viruela como tal apareció por primera vez en el imaginario de los pueblos mesoamericanos a partir de ese fatídico momento, la salud y la enfermedad, la preocupación por los distintos estados del cuerpo, sus dolencias y las causas de éstas, fueron temas que ocuparon a los tlacuilos, pintores y escultores prehispánicos desde tiempos inmemoriales. Existen numerosas figurillas con características que han sido leídas como señales de algún padecimiento médico: vientres abultados, marcas en la piel o diversas deformaciones. Algunos códices y relatos nos hablan también de epidemias que sucedieron antes de la Conquista, como el códice Chimalpopoca, en el que se narra una sequía en 1453 en el Valle de México a causa de severas heladas que, a su vez, generaron hambruna, condiciones insalubres y, en consecuencia, epidemias. La helada misma era considerada una “plaga del cielo”,2 cuyas temperaturas bajas desataron un “catarro pestilencial”, como lo narra Fernando de Alva Ixtlilxóchitl en su Historia chichimeca y que ha sido interpretado como una posible epidemia de influenza. El Códice Chimalpopoca también hace referencia a otra epidemia de 1496, que podría ser un brote de tifo.
De acuerdo al arqueólogo Omar Espinosa, las representaciones de algunos dioses en los códices mesoamericanos también muestran padecimientos médicos o vínculos con la enfermedad, particularmente en aquellos que se relacionaban a la suciedad, los vicios y los males en general. Entre estas representaciones, Espinosa resalta la de Nanahuatzin, el buboso, quien aparece en el Códice Borgia con llagas, manos deformadas y una condición en el ojo que evoca su enfermedad. La ceguera fue tema frecuente en las representaciones de estos dioses, como sucede también con Ixnextli, quien aparece llorando en el Códice Telleriano-Remensis debido a que tiene los ojos cubiertos con ceniza, o con Itztlacoliuhqui, representado como un ciego o con los ojos tapados debido a los males que atrapaba.
El vínculo entre arte, religión y enfermedad es común a todas las culturas. A lo largo de la historia del arte, las epidemias detonan la producción de imágenes alusivas a la intervención divina, tanto para bien como para mal. Este tipo de manifestaciones artísticas también se producen a manera de ofrenda, particularmente en agradecimiento a los dioses y santos que interceden en favor de la humanidad. Un caso emblemático es el de la peste bubónica, en torno a la cual surgieron importantes expresiones plásticas que lo mismo condenaban a la humanidad por su comportamiento, entendiendo la peste como un castigo divino, que agradecían a diversos santos por haber detenido la epidemia. En el arte mexicano, esa función de ofrenda y agradecimiento aparece en los exvotos, una práctica de religiosidad popular que inició en el virreinato.
Los exvotos son una fuente riquísima para entender la vida cotidiana durante el Virreinato. En ellos también se refleja la preocupación por la salud. Si bien no siempre especifican el tipo de enfermedad que padece el protagonista, e incluso en ocasiones se resalta que sus causas eran desconocidas, es probable que muchos exvotos estén vinculados a alguna epidemia o crisis sanitaria. Más allá de los padecimientos particulares, vale la pena comentar algunas características de estas representaciones: en la mayoría de los casos, veremos al protagonista recostado en su lecho, frecuentemente rodeado de familiares, médicos y sacerdotes, y es común ver al enfermo o a sus familiares en una posición orante, ya sea hincados o con las manos juntas, ante la imagen del santo o virgen que ha irrumpido en la escena para curar el mal. En cuanto a la cartela que acompaña la escena, un tema recurrente es la búsqueda de remedios sin ningún resultado, lo cual lleva al enfermo a buscar la intervención divina. En la colección del Museo Arocena hay varios ejemplos de este tipo de exvotos: resalta uno dedicado a Nuestra Señora de la Salud de Pátzcuaro en el que se narra cómo la virgen ayudó al vicario de aquel santuario, don Manuel Lecuona, a sobrevivir una enfermedad grave el 27 de junio de 1796. Lo más llamativo de esta imagen se encuentra en la cartela, donde se especifica que además de estar “gravemente enfermo” también se encontraba “desahuciado por los médicos”. Es una actitud recurrente en la sociedad de la época: la desconfianza en los médicos y, en consecuencia, la preferencia por las prácticas religiosas.
El vínculo entre arte, religión y enfermedad es común a todas las culturas. A lo largo de la historia del arte, las epidemias detonan la producción de imágenes alusivas a la intervención divina, tanto para bien como para mal. Este tipo de manifestaciones artísticas también se producen a manera de ofrenda, particularmente en agradecimiento a los dioses y santos que interceden en favor de la humanidad. Un caso emblemático es el de la peste bubónica, en torno a la cual surgieron importantes expresiones plásticas que lo mismo condenaban a la humanidad por su comportamiento, entendiendo la peste como un castigo divino, que agradecían a diversos santos por haber detenido la epidemia. En el arte mexicano, esa función de ofrenda y agradecimiento aparece en los exvotos, una práctica de religiosidad popular que inició en el virreinato.
Los exvotos son una fuente riquísima para entender la vida cotidiana durante el Virreinato. En ellos también se refleja la preocupación por la salud. Si bien no siempre especifican el tipo de enfermedad que padece el protagonista, e incluso en ocasiones se resalta que sus causas eran desconocidas, es probable que muchos exvotos estén vinculados a alguna epidemia o crisis sanitaria. Más allá de los padecimientos particulares, vale la pena comentar algunas características de estas representaciones: en la mayoría de los casos, veremos al protagonista recostado en su lecho, frecuentemente rodeado de familiares, médicos y sacerdotes, y es común ver al enfermo o a sus familiares en una posición orante, ya sea hincados o con las manos juntas, ante la imagen del santo o virgen que ha irrumpido en la escena para curar el mal. En cuanto a la cartela que acompaña la escena, un tema recurrente es la búsqueda de remedios sin ningún resultado, lo cual lleva al enfermo a buscar la intervención divina. En la colección del Museo Arocena hay varios ejemplos de este tipo de exvotos: resalta uno dedicado a Nuestra Señora de la Salud de Pátzcuaro en el que se narra cómo la virgen ayudó al vicario de aquel santuario, don Manuel Lecuona, a sobrevivir una enfermedad grave el 27 de junio de 1796. Lo más llamativo de esta imagen se encuentra en la cartela, donde se especifica que además de estar “gravemente enfermo” también se encontraba “desahuciado por los médicos”. Es una actitud recurrente en la sociedad de la época: la desconfianza en los médicos y, en consecuencia, la preferencia por las prácticas religiosas.
La tradición del exvoto continuó
con gran ímpetu después de la Independencia y siguió siendo común hasta las
primeras décadas del siglo XX. La epidemia de cólera, que llegó a México en
1833, significó también la irrupción de una nueva temática para este género
pictórico. En este sentido, entre los 594 exvotos repatriados que se
presentaron en la exposición Memoria de milagros en el Museo de las Culturas
del Mundo, destaca el que ofreció Juan María Fernández en agradecimiento a la
Virgen de la Soledad “por haberla salvado del cólera”. Por la factura de la
cabecera y el bordado del cobertor podemos asumir que la donante de este exvoto
pertenecía a una familia de alcurnia. Queda claro así que el exvoto fue una
expresión artística tanto de las clases obreras como de la élite.
Desde principios del siglo XIX el
cólera rápidamente se convirtió en protagonista de otras manifestaciones
artísticas populares, como la caricatura. De nuevo se hizo latente la
charlatanería que la población percibía entre los médicos. En la prensa
europea, particularmente la británica, brotaron múltiples imágenes que
satirizaban la situación, contraponiendo la experiencia de las clases obreras
—marcada por la miseria— con la de los acaudalados médicos, quienes, según la
opinión pública del momento, se beneficiaban de la enfermedad y el pánico que
generaba. En México, como la actual pandemia de coronavirus ha demostrado,
nuestro sentido del humor sale a relucir ante la menor provocación. Si bien
durante la epidemia de cólera no había memes, sí existían las hojas volantes:
breves gacetas que se repartían en la calle narrando sucesos fantásticos,
acontecimientos de nota roja o desastres naturales, entre otras cosas.
En 1910, el emblemático taller de
Antonio Vanegas Arroyo, famoso por las ilustraciones que realizaba José
Guadalupe Posada, publicó una hoja volante con La Calavera del Cólera Morbo,con
un verso firmado por Arturo Espinosa e ilustración del propio Posada. La calaverita
en sí misma merece atención, pues, como sucedía con las caricaturas europeas,
hace referencia al negocio que hacían “boticarios y doctores, en contrato
criminoso”, incluyendo a Eusebio Gayosso, con “todos los que han quedado del
cólera calaveras”; pero lo que aquí nos ocupa es la forma en la que se ha
representado la enfermedad en la ilustración. Como es de esperarse en una obra
de Posada, aparecen múltiples cráneos, o “calaveras”, realizando actividades
cotidianas. Lo que más destaca se encuentra al centro del grabado, donde vemos
a un personaje con torso de humano y cola de serpiente rodeado de moscas; éstas
evocan las condiciones insalubres que generaron la epidemia, atribuida a las
malas condiciones sanitarias del agua. La referencia a la serpiente es también
interesante; por un lado, podría ser un motivo inspirado en la tradición
bíblica, que ha persistido en la iconografía del arte occidental, de la
serpiente como portadora del mal; por el otro, también podría referirse al
báculo o vara de Esculapio, emblema médico. El rostro del personaje también es
de notar, pues su lengua de fuera, en conjunto con sus brazos levantados, nos
dan a entender un ademán de susto; es probable que en esta imagen Posada esté
burlándose del pánico que generaron las epidemias de cólera. No deja de
sorprender que esta hoja volante haya sido publicada en una fecha tan tardía,
siendo la epidemia de cólera de 1833 la más significativa. Así, nos muestra el
impacto de esta epidemia en la cultura popular mexicana y la persistencia de
esta enfermedad hasta bien entrado el siglo XX.
Pocos años después de que se
publicara esta sátira del cólera, surgió una nueva epidemia que devastaría al
mundo entero: la influenza española, que se estima arrasó con la vida de 40
millones de personas entre 1918 y 1920. A diferencia de otros países, en los
que desató una importante producción plástica, esta pandemia no tuvo un gran
impacto en los artistas mexicanos. Es probable que esta ausencia se deba a que
la enfermedad coincidió con un momento de transición política y social en el
que apenas comenzaba a consolidarse el proyecto revolucionario en México. Por
otro lado, también es importante recordar que los pintores que en las
siguientes décadas se convertirían en las grandes firmas del arte mexicano,
como Diego Rivera o David Alfaro Siqueiros, se encontraban en Europa en ese
momento y, por lo tanto, tuvieron poco contacto con la llegada de la influenza
al país. Algunos diarios publicaban fotografías de gente con mascarillas
—imágenes que hoy resultan escalofriantemente familiares— o ilustraciones
alusivas a la enfermedad, de cierto modo en continuidad con la representación
pictórica del cólera en décadas anteriores. Incluso, al más puro estilo de las
afamadas hojas volantes de Vanegas Arroyo, algunos periódicos también
publicaron uno que otro corrido a manera de calaverita:
La cosa está del demonio;
No hay una familia sola
El que no cruel testimonio
Haya de la influenza española4
Las enfermedades y epidemias del
siglo XX que sí dejaron un importante legado artístico en México fueron la
poliomielitis y el SIDA. De la primera destaca la producción de la ahora
icónica Frida Kahlo, cuya vida y obra son inherentes a la enfermedad y el
dolor. Kahlo contrajo polio en 1913, a la edad de seis años, lo cual la obligó
a pasar temporadas de aislamiento en su infancia. De acuerdo a algunas
interpretaciones, esta experiencia se ve reflejada en Ella juega sola o niña
con máscara de muerto de 1938. Otra posible referencia a la polio la
encontramos en Lo que el agua me dio, también de 1938, una especie de
autorretrato en el que vemos los pies de la artista dentro de una tina desde su
propia perspectiva; en el cuadro resalta una deformidad en su pie derecho, de
la cual se desprende un hilo de sangre, que posiblemente sea a causa de la
polio. Las prótesis también serán un motivo recurrente en su obra tanto por su
padecimiento infantil como por el accidente de tranvía al que sobrevivió en su
adolescencia.
Para los años 80, la epidemia de
SIDA cobraba la vida de miles de personas, particularmente de jóvenes de la
comunidad LGBT+ y de otros grupos minoritarios. La comunidad artística
internacional, una de las más afectadas por el virus, rápidamente reaccionó a
la crisis sanitaria, produciendo un legado plástico que marcó el rumbo del arte
contemporáneo. México no fue la excepción y a partir de la década de los 90
surgió una importante producción que abordaba la experiencia de quienes viven
con VIH y el impacto social del SIDA. Mientras piezas como In Memoriam de Jesús
Garibay Mendoza del grupo Taller de Documentación Visual (1995) rendían
homenaje a las víctimas de la epidemia, otras concientizaban sobre el uso del
condón, como las caricaturas de Arturo Kemchs. Estas epidemias modernas
retomaron también elementos formales de representaciones anteriores: por un
lado, la estética de Frida Kahlo está inspirada en los exvotos, que como ya se
ha mencionado fue el género predilecto para representar la enfermedad durante
cuatro siglos de arte mexicano; por el otro, Rolando de la Rosa se reapropió
del imaginario de los códices para crear una nueva narrativa de la epidemia en
Iconocuicatl sidaids de 1996, cerrando con ello el círculo de las epidemias y
su representación en el arte mexicano.
Aún no sabemos qué influencia
tendrá la actual pandemia de COVID-19 en nuestras manifestaciones culturales:
cada crisis desata su propia producción artística y reinterpreta el segmento de
la tradición que necesite.
Veka Duncan
Historiadora del arte y
conductora de El Foco en Adn40. Twitter: @VekaDuncan.
1 Códice Florentino, lib. XII, f.
53v.
2 Angélica Mandujo Sánchez, Luis
Camarillo Solache y Mario A. Mandujano, “Historia de las epidemias en el México
antiguo. Algunos aspectos biológicos y sociales” en Revista Casa del Tiempo,
abril 2003.
3 Los exvotos son pinturas de
artistas anónimos en agradecimiento a la Virgen, a Jesús o a algún santo por su
intervención en auxilio de quien lo manda a hacer, siendo las causas más
frecuentes de esta ayuda los desastres naturales, los accidentes y, por
supuesto, las enfermedades. Se producían por encargo y se donaban a los templos
en los que se encontraban las imágenes de las advocaciones marianas o santos a
quienes se les había pedido auxilio. Los santos se representan siempre dentro
de la escena, aunque en una escala mayor al resto de los participantes de la
acción. A su vez, los exvotos siempre muestran al donante como el protagonista
de la historia, en el preciso momento en el que fue auxiliado. Para resaltar
esta intervención divina, las escenas son siempre acompañadas por una cartela
que narra los hechos, usualmente consignando la fecha en que sucedieron y el
nombre de quien fue beneficiado. A diferencia de la mayoría del arte sacro del
Virreinato, que era comisionado por la propia iglesia, estas expresiones eran de
factura popular, es decir, comisionadas por gente de a pie y creadas por
artistas autodidactas, de ahí su estilo naïf.
4 La Prensa, 2 de noviembre de
1918.
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