viernes, 4 de octubre de 2013

PENSAR LA DESOBEDIENCIA



Por Jorge Luis Montiel.

Antonio Gramsci, politólogo italiano, afirmó que las clases políticas al llegar al poder establecen su hegemonía. La clase en el poder debe buscar por todos los medios que prevalezca la DIRECCIÓN POLÍTICA por medio del consenso. Gramsci, observa que esa clase política también tiene otra alternativa, aplicar el DOMINIO POLÍTICO a través de la fuerza. 

Es decir, aceptando que el Estado puede acudir a la coerción, principalmente cuando se pone en riesgo la gobernabilidad, la estabilidad y la seguridad de las mayorías o de terceros perjudicados, me inclino por insistir que no agotemos la primera alternativa.

Los legisladores como parte de esa clase política hegemónica tienen una terrible tentación: todo lo piensan en razón de norma y creen que cuanta cosa sucede debe "institucionalizarse" dentro acartonamiento de las leyes. 

Antes que eso, hace falta que pensemos en la desobediencia civil, la desobediencia a la clase política hegemónica y sus políticas públicas y aunado a eso, metamos a la discusión disidente el tema de los terceros perjudicados. 

Ningún movimiento social es por casualidad. Es necesario por salud de todos hacer un alto en el camino y aceptar primero, que la desobediencia movilizada ha ganado un espacio que exige ser escuchada.
Invito a los legisladores a que no caigan en el tentación de ejercer el control de las movilizaciones creando normas que atentan contra la libre expresión de la ideas. 

No comparto las recientes declaraciones del líder de la bancada perredista en el senado, Miguel Barbosa Huerta que apela a que se aplique de facto (urgente) el poder coercitivo del Estado sobre las manifestaciones de "el vandalismo". 

Que quede claro, no soy partidario de la turba enardecida que agrede, ni de la fuerza policiaca que “obedeciendo mandos” hiere de forma indiscriminada. Seguir por esta vía terminará por arrojar consecuencias trágicas, pues en el tumulto impera el desorden y la confusión, entonces las fuerzas policiacas en el desespero dan golpes de ciegos.

Insisto, volvamos a la mesura, atemperemos los ánimos exacerbados y no sigamos echando más combustible donde ya hay suficiente fuego.

Los diversos actores sociales estamos obligados a llamar a esa clase política que ocupa la hegemonía del Estado para que acepten que en las calles existen una expresión de desobediencia civil que reclama ser escuchada. 

Es urgente abrir este espacio para poder distinguir la legitimidad de las protestas con el vandalismo. El lumpenaje no tiene cabida, no hay espacio para dialogar con transgresores que dañan propiedades y ponen en peligro la integridad física de terceros. El riesgo es que las movilizaciones de grupos disidentes (no estoy en contra de la disidencia) ha sido infiltrada por expresiones que han hecho de la agresión la única alternativa. 

Negarnos a la confrontación de las ideas con los grupos minoritarios, así se llamen "anarquistas" o como se llamen, es cancelar la posibilidad de caminar todos por la vía del consenso.

No estoy de acuerdo en acallar la disidencia con la violencia, si seguimos así, la desobediencia civil terminará arrinconada por una clase hegemónica que no encontró mayor recurso que la fuerza represiva del Estado. La desobediencia política, la protesta organizada toca a las puertas del entendimiento y los acuerdos, abrámosla, si la seguimos cerrando la derribarán a golpes (H.F)©






      


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